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viernes, 2 de julio de 2010
LA VIRGEN DE LA FLOR , SU HISTORIA
LA VIRGEN DE LA FLOR
Resulta difícil recopilar datos sobre la Virgen de La Flor. Oscuros y contradictorios son los pocos de existen. Albergada nuestra Santa en una capilla de escaso o nulo valor arquitectónico, no mereció nunca, por eso causa de atención de historiadores. Hay pues, que recurrir en la mayoría de los casos, a las deducciones y conjeturas para poder reconstruir históricamente el Santuario. Cae fuera de toda duda, que en tiempos remotos fue parroquia. Los restos de sepulturas halladas en el campo que circunda la capilla es dato sobradamente elocuente para confirmar esta teoría. Sabido es que los cementerios se situaban al lado de la parroquia. Pero ¿cuando sucedió esto?.
Capilla de La Flor
Nuestra opinión es que la ermita data de finales del siglo X o principios del XI. Y era la parroquia a la que pertenecía el poblado que con el tiempo había de ser capital del concejo. ¿Bases para sustentar esto?. Las tradiciones religiosas son las que mejor se conservan en el espíritu de la gente, que se trasmite de generación en generación, sin apenas sufrir mutilaciones ni cambios. He aquí, aprobados en esta innegable traducción, como se llega a la conclusión del porque de la devoción de los lenenses a la “Santina” de Piedraceda. La causa de declarar festivo el lunes siguiente al lunes de Pascua se deduce que era, por ser ese día, el señalado en la parroquia para el cumplimiento pascual. Se puede observar la circunstancia curiosa que el lunes antes, se celebran las comuniones en Santo Medero, capilla similar a la de La Flor, y sita en el otro valle que flanquea Pola de Lena. Las parroquias cercanas o vecinas, nunca coincidían en esto y solían celebrar este acto eucarístico con diferencia de siete días.
¿Que se veneraba en la ermita que nos ocupa antes de surgir la advocación a la Virgen de La Flor?. Hay citas en el archivo de la Catedral ovetense de una Santa María de Paraya, que no puede ser otra que ella. Sábese que las iglesias y templos de toda especie antes de estar consagrados a toda gama de santos y vírgenes que nos fue legando la Iglesia, se bautizaban con el nombre del lugar en que se radicaban, o del río que las bañaba. Así tenemos en la antigüedad, dentro de nuestro concejo, Santa María de Campomanes, Santa María de Parana, Santa María de Castiello, etc. La ermita de La Flor se llamaba de Paraya, por ser este el nombre del hoy río Naredo. Pola de Lena se levanto, dice la historia en el lugar denominado Paraya. ¿Nadie se fijo que las edificaciones más antiguas de la villa, las que tuvieron que formar el primitivo pueblo, se alzan a la vera de ese río, que es el mismo que discurre bañando los muros del santuario?. ¿Que si las tierras se bautizaban tomando también los nombres de ríos, no hay contradicción en que hoy Caleya se llamase Paraya, y a la altura de Piedraceda hubiese un templo denominado Santa María de Paraya?.
Allí tenia que estar situado. Porque en aquellas cercanías lo que hoy es el valle del Naredo estaba el mayo núcleo de población. Esta tesis la avala el testamento del obispo Gudesteo, en el siglo XI, en el que dice que dona a la catedral ovetense, “praderas, montes, riegos, siervos, y mis Palacios (con mayúscula).
Que para mi no es otra cosa que el pueblo de Palaciós y no los palacios que siguen buscando los historiadores y de los cuales no hay vestigios. Únase a esto que Don Juan Menéndez Pidal, sitúa un importante poblado en aquellos siglos, entre Lena y Quirós. Sé vera que forzosamente tenia haber parroquia y que solo la ermita que nos ocupa puede serlo.
Corrieron los siglos. Lena adquirió fuero y nació Pola de Lena. ¿Iba a concedérsele la capitalidad del concejo y no hacerla parroquia?. Absurdo nos parece. Por eso los que sustentan que la inscripción - que hasta no ha muchos años se leía en parte en su fachada - “ECLESIA FECIT MARTINUS ALFONSUS …” inscripción que data del siglo XV o XVI, era de la fundación de la ermita, lo hacen sin mucha base. Lo más lógico, es que la capilla perdió importancia en el siglo XIV, al trasladar la parroquia a Pola de Lena, y por el abandono fue desmoronándose y el citado Martín Alonso la reconstruyo?
¿Cuándo y por que surgió la devoción a la Virgen de la Flor?. Los lugares y entidades de población no pueden sustraerse a la hora de buscar advocaciones para sus templos al influjo de los hijos clérigos de sus concejo
La advocación a la Virgen de la Flor, nació en el año 1.150. San Bernardo reorganizador de la Orden Benedictina, hizo suyo el símil que había empleado el Beato de Liébana para combatir la herejía adopcionista de los arzobispos, Félix de Urgel y Elipando de Toledo. Decía el Beato, rebatiendo la herejía de que Cristo no había nacido Dios, si no que este por mediación de la Virgen María lo había adoptado en el bautismo; que Jesucristo pudo nacer Dios porque había nacido de su madre al igual que de la flor, nace el fruto. San Bernardo maravillado del símil, lo recitaba siempre en sus sermones y en sus cantos a María. Y recomendaba el culto a la Virgen de la Flor.
Nació pues en el siglo XII esta devoción. Reconstruida la capilla, la influencia benedictina en el concejo por aquella época - siglo XV - era grande. Los principales monasterios del termino pertenecían a esa orden. De esa influencia nació la advocación. No fue la única. En Castiello quedo la veneración a la Virgen de la O, variante de la de La Flor, por la forma que pintaban esta Virgen, con el vientre abultado en señal de “buena esperanza"
Pasaron los años y hay noticias en los siglos XVI y XVII de ermitaños que hacían vida de penitencia en la capilla. Estando situada en importante vereda, al lado del camino real, y en un valle de espesas nieblas, hacían sonar en los nublados días de invierno fuertemente las campanas a fin de enveredar a los extraviados caminantes.
Allí se bifurcaba el camino. Uno seguía al lado del río hacia Quirós, y otro atravesaba el cordal cruzando Armada. Los viajeros encontraban bancos en el pórtico donde reposar y las caballerías alimento en la verdosa explanada anexa. Al faltar los ermitaños, siguieron prestando tan loable labor, los vecino de Piedraceda en turnos que nombraba el mayordomo.
Los romeros - 2.005
La tradición festera, siguió y sigue. No falto quien la quisiera desvirtuar. Aun hay quien recuerda aquel banquete de desagravio y protesta en el campo de la Flor, en el año 1.915, contra la medida que quiso adoptar el párroco de Lena, de celebrar la fiesta, el domingo, matando así la costumbre de hacerla en lunes.
La medida por falta de apoyo popular no prosperó, Pola de Lena y sus gentes, hicieron ver que llevaban dentro, el amor y la devoción de esa Virgen galana y milenaria que sus antepasados veneraban con el nombre de Santa María de Paraya. Es reconfortador, comprobar que la fe y devoción sigue latente en los corazones de los hijos y nietos de aquellos devotos de 1.915. Nos lo demuestra esa cofradía de Nuestra Señora de La Flor, que pese a lo reciente de su creación, ya camina con fuerza y pujanza.
LA LEYENDA DE LA VIRGEN DE LA FLOR
En el valle de Palaciós la naturaleza ha prodigado sus galas. La floreciente tierra sobre base, en gran parte, de granito. Los montes llenos de verdor. Los árboles donde ensamblan con perfección los robles, castaños, hayas y avellanares, formando en conjunto, una tupida enredadera. Los riachuelos que surcan sus campos, llenándolos de la voz sonora del agua. Los vientos que lo recorren, invadiendo los rincones de la magia de los susurros.
Por la primavera, esa dichosa estación que deviene cada año, haciendo desperezar al pueblo del largo invierno, los árboles rompen en brotes y hojas verdes.
Los ríos, hinchados de agua por el deshielo, entonan sinfonías. Todo es propicio para vivir inmerso en el mundo de la leyenda. Es fácil caer prendido en sortilegio de las viejas historias contadas a la lumbre del “llar”. En este lugar habita, hace muchos años, una viuda, con su hija llamada Flor, doncella llena de sencillez, campestre y religiosidad. Era de hermosura delicada y plena de recato y bondad. Era un pequeño símbolo que emergía lleno de luz en el valle.
Todos los mozos pretendían su amor, pero ella los rechazaba con pudor virginal. Sus alegrías se cifraban en cuidar las flores y los árboles que veía crecer a su alrededor.
Llegó en aquel tiempo a la aldea un hombre, que en su niñez había partido a tierras lejanas. Vino lleno de dijes de cristal y sutiles cadenas de oro, que prestaban singular realce a su exótica persona.
Sentábase en un apoyo que, debajo de un castaño, estaba en el centro del pueblo, y allí embelesaba a todos, contando rarísimas historias llenas del erotismo del trópico. Era un poco músico y tocaba la guitarra a “lo rasgado”, de tal forma que la gente impresionable decía que la hacia hablar. Finalmente vino como todos, a enamorarse de Flor, y por ello, a solicitarla una y otra vez de amores. Y también a sentir, ante la negativa, el escozor.
Sin embargo no era hombre que cejara fácilmente en sus propósitos, y el despecho engendró en su pecho el deseo de raptarla y partir con ella a lejanas tierras. Su plan fue madurado con el tiempo y encontró ocasión de satisfacer su ruin deseo, cierto atardecer, cuando las sombras de la cercana noche prestan el antifaz de la negrura. Pese a las protestas airadas de la moza, atóla a su caballo y caminó raudo en busca de la espesura del bosque.
Pero algo fallo… La naturaleza se sublevó ante aquel hecho innoble. De la apacibilidad del céfiro, se paso con rapidez inaudita a la incontrastable furia del aquilón. De la limpia atmósfera surgió la nube negra y torba, que se abrió en cataratas de agua e hizo estallar en rayos coléricos la furia de los elementos. Algunos llegaron a decir que dentro del fragor de la tempestad parecía oírse una voz tonante que decía: “¡Aguarda cobarde!… ¡No escaparas de mi venganza!”.
Toda la noche duro la espantosa tormenta; pese a ella, todos los lugareños anduvieron buscando a Flor. La encontraron muerta, cuando amanecía. A la luz del alba. A esa hora en que el día viene a nosotros blanco y desnudo como la primera flor.
La hallaron pura y virginal, como siempre la habían conocido. Era la primera flor que aromatizaba aquella primavera. Mas allá, entre la espesura, carbonizados por un rayo, yacía el raptor y el pobre caballo, instrumento inocente de la felonía proyectada. Dicen que donde apareció muerta Flor, es el lugar donde hoy se alza la capilla de la Virgen de La Flor.
Eso me contó un anciano de voz temblona, llena de las dulces cadencias de la tierra, una tarde de apacible otoño, cuando el aire caliente, preludio de la caída de las hojas ya amarillas, nos envolvía con su hálito. Toda la narración revestía una singular sencillez y grandeza trágica. Surgía desde dentro del blanco celaje de nuestra neblina. De esa bruma que nos envuelve y de donde mana con facilidad, en liga continua, lo místico con lo real. Por ello no resistí al deseo de contarla.
Juan de Oviedo
(Articulo publicado en la revista “LENA” en 1.964)
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