(Continuación)...Que la Dra. Basetti dijera que “conmigo se le habían quemado los libros” era comprensible: Me daban unas fiebres altísimas (39° y 40° ) pero yo no sentía malestar alguno, Sabía que tenía fiebre porque los termómetros lo marcaban y la Dra. lo corroboraba. Una tos persistente hizo que se sospechase de tuberculosis pero todos los exámenes dieron resultados negativos. Al hacer radiografías a mis pulmones se observó que mi corazón estaba “al revés”, es decir, que en lugar de tener forma de pera tenía forma de gota: la parte estrecha arriba y la ancha hacia abajo. De mi vagina en forma repentina salía un líquido transparente, no viscoso, sin olor, pero en cantidad, como si alguien vertiera un vaso de agua por allí. Con un método especial (debido a mi virginidad) tomaron muestras del mucus vaginal pero tampoco encontraron explicación alguna, ni con este examen ni con los ecosonogramas subsiguientes.. La Dra. Basetti me auscultó y su desconcierto fue mayor aún ya que al hacer presión en distintos puntos de mi región abdominal la conversación entre ella y yo se desarrollaba más o menos en estos términos:
-¿Te duele?
-No.
-¿Y acá?
-Tampoco.
-Pues te debería doler.
-Pero no me duele.
De pronto presionaba en otro punto y...
-¡Aaaaaaaaay! ¡Me dolió!
-¡ Pero allí no te debería doler!
-¡Pero ahí sí me duele!
Cada día estaba más flaca. La fiebre tendría que ser síntoma de alguna infección...al fín se detectó una infección urinaria producida aparentemente por el agua consumida y se me dió el tratamiento requerido. Sanó la infección...pero no desaparecieron los síntomas.
Una noche, apenas me acosté, sentí que algo caliente subía desde mis pies en dirección a mi cabeza y creí que era la sangre que se me iba a la cabeza. Pero cuando el calor llegó a mi coronilla salí despedida de mi cuerpo a una velocidad vertiginosa, increíble. Alejándome por el espacio observaba puntos de luz que pensé eran las estrellas y que veía pasar a mi lado en forma borrosa debido a la altísima velocidad que llevaba. Fuera de mi cuerpo, yendo con tal rapidez hacia no sabía donde entré en pánico. Grite: -¡DIOS MÍO, AYÚDAME! ¡SEÑOR, SÁLVAME! De inmediato caí (mejor sería decir que me desplomé) dentro de mi cuerpo de nuevo. El impacto fue tal que sentí cómo rebotaba en el colchón.
No les conté esto a las Hermanas porque temí su reacción.
En otra oportunidad tuve una experiencia diferente pero más desagradable aún. En la siguiente entrega les contaré de qué se trató.
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