El pasado 10 de abril, en Turín, volvía a mostrarse a los fieles la reliquia más fascinante de todos los tiempos: la Sábana Santa. Javier Sierra estuvo allí acompañando al equipo del programa Cuarto Milenio, y cuenta en una crónica vibrante qué fue lo que vio y sintió al contemplar de cerca al misterioso hombre de la Síndone.
La expectación era contagiosa. Periodistas, fotógrafos y cámaras de televisión venidos de todo el mundo nos arremolinábamos desde primera hora de la mañana a las puertas de la catedral de San Juan Bautista en Turín como si aguardáramos la llegada de alguien importante. Y tal vez estuviéramos haciéndolo. Queríamos contemplar la reliquia más fascinante de la cristiandad: la Sábana Santa. Un lienzo de lino que, si la tradición no miente, envolvió el cuerpo de Jesús hace dos milenios y que, desde entonces, solo se muestra en contadas ocasiones. De hecho, esta vez llevaba una década lejos de los ojos del público y en ese período, de forma discreta, había sido sometida a importantes trabajos de limpieza y mantenimiento que, según las filtraciones, la habían hecho crecer en longitud –cosas del planchado del lino– y en claridad. ¿Qué íbamos a encontrarnos? A mi lado Carmen Porter, subdirectora del programa de televisión Cuarto Milenio y autora del libro Sábana Santa, ¿fotografía de Jesucristo? (2002), está inquieta. No las tiene todas consigo. “Temo que pueda decepcionarme”, dice justo antes de entrar al Duomo. “La Síndone tiene una personalidad muy definida y al retocarla quizá se la hayan robado”. “Lo veremos”, pienso. El lugar en el que nos apostamos se convierte, a eso de las nueve, en un hervidero. Una legión de voluntarios enfundados en chalecos reflectantes morados y ataviados con sombreros tiroleses nos invita a descender por la calle XX de Settembre, enfilar la I de Maggio y dirigirnos a la trasera del templo. Nos indican que ese será el recorrido que desde las seis de la tarde y durante los próximos cuarenta y cuatro días recorrerán los casi millón y medio de peregrinos que han reservado su plaza hasta la fecha. Y lo hacemos, claro. La tensión no puede ser mayor. Las portadas de la prensa local muestran en los kioscos cercanos especiales sobre la Síndone al lado de titulares sobre los abusos sexuales del clero.
Hay quien murmura en sus crónicas para televisión –apenas a un paso de nosotros– que esta ostensión se ha autorizado para desviar el foco informativo hacia cuestiones más amables para la Iglesia. Tal vez no le falte razón. Basta echar un vistazo a los archivos para darse cuenta de que la Síndone se ha expuesto a los fieles solo en ocho ocasiones en el último siglo. Y las últimas tres en un arco de tiempo de solo catorce años. Turín, además, sufre más que ninguna otra ciudad italiana las consecuencias de la crisis. FIAT, su empresa modelo, pasa por uno de sus peores momentos financieros. La prensa anuncia que va a destruir 5.000 puestos de trabajo. Y casi puede decirse lo mismo del resto del tejido industrial local. Una “empresa” como la ostensión podría, pues, aliviar esa presión y animar la economía piamontesa. Pero a las diez y cuarto de la mañana nadie se acuerda de esas cosas. Carmen Porter, acompañada de Iker Jiménez, Luis Álvarez, dos cámaras y quien esto escribe, enfila el pasillo entoldado que zigzaguea hacia la catedral.
“Es emocionante”, susurra Iker a mi grabadora digital. “Hace una década que no veo la Síndone. Quiero saber si me emocionará tanto como en el año 2000”. Y es que, en ese momento, la palabra clave es emoción. Más allá de si ese lienzo de 4,40 x 1,13 m de largo –crecimiento incluido– cubrió el cuerpo de Jesús de Nazaret o fue la creación magistral de un genio de la Edad Media, su contemplación obliga a reflexionar sobre el dolor y la tortura. Sin embargo, a medida que avanzamos hacia el templo surge lo inevitable. Iker estuvo hace diez años en Turín. Yo, hace doce. En mi caso fue en 1998, junto a J. J. Benítez y Julio Marvizón, dos de los entonces más destacados expertos españoles en la Síndone. Y en aquella ocasión los tres contemplamos cara a cara una reliquia que nos conmovió. ¿Y ahora? ¿Afectará su restauración, su “nuevo” rostro, a nuestra forma de sentirlo?
Discurso emotivo
En uno de los requiebros del camino –que se detiene cada dos por tres por culpa de las autoridades que han entrado al Duomo antes que nosotros–, Iker y yo comentamos algo. “¿Te has dado cuenta de que desde 1988, cuando la datación del carbono 14 fechó entre 1260 y 1390 la Síndone, el Vaticano ha ido arrinconando el discurso científico sobre la reliquia, subrayando el emotivo?”. Iker asiente. Carmen, a pocos pasos de nosotros, también. “Es cierto. Pero fíjate en algo más: para esta ostensión no se ha convocado una rueda de prensa que anuncie nuevos descubrimientos, ni siquiera una que explique en detalle la restauración. Solo les interesa lo que pueda inspirar al creyente”, comenta Jiménez muy serio.
Pronto arrinconamos también esos pensamientos y seguimos avanzando. La entrada a la catedral está a un paso. La prensa se excita y cruza en tropel unos tornos metálicos situados bajo dos semáforos en verde y un monitor que marca el número de visitantes. Soy el 249. Al final del día ese mismo monitor marcará 12.140. Una vez dentro del templo, de forma penosa, avanzamos hacia el altar en el que está la Síndone. Al verla, dudo.
“¿Es eso?”, digo mirando a mis acompañantes al distinguir un lienzo limpio, iluminado de blanco, suspendido a unos dos metros del suelo y que parece uno de los pósters de la Sábana Santa, a tamaño real, que se venden a los especialistas. “¡Madre mía! –susurra Iker– ¡Sí lo es!”. Carmen menea la cabeza horizontalmente. Ella no lo tiene tan claro. Y yo comienzo a dudar cuando, de repente, una andanada infinita de flashes y haces de luz cálida de las cámaras de televisión caen sobre la reliquia. Me horrorizo. Hace doce años me prohibieron expresamente –con guardia de seguridad a mi espalda incluido– tomar fotos con flash y hasta apuntar a la Síndone con una linterna.
“La luz daña la imagen. Puede borrarla. Por eso apenas se exhibe”, argumentaron. ¿Y ahora? ¿Por qué permite la Iglesia que torturemos a su mortaja con nuestros focos y no, por ejemplo, que filmáramos en la Capilla Sixtina o los museos vaticanos usando nuestros flashes? ¿Acaso esas obras de arte no son menos importantes para la fe que la tela turinesa?
A la búsqueda de un rostro
Bajo el lienzo, para colmo, se arraciman las cámaras. Dos sindonólogos “de siempre”, Pier Luigi Baima Bollone (MÁS ALLÁ, 254) y Bruno Barbieris, atienden a la prensa. Y también el cardenal Severino Poletto, arzobispo de Turín. “¡Dejan tirar con flash!”, se escama Iker, cuya mochila tengo clavada en el hígado. También se ha dado cuenta. Minutos más tarde, pasado el frenesí de luces, monseñor Poletto se escabulle hacia la sacristía. Luis Álvarez se percata de la maniobra y tira de mí. Su olfato resulta providencial. El cardenal, henchido de orgullo por el magnetismo que ejerce en la prensa y hasta satisfecho del caos entusiasmante que lo rodea, accede a responder a algunas preguntas.
“¿Qué valor tiene para usted la contemplación de la Síndone, monseñor?”. “Todos aquí estamos a la búsqueda de un rostro”, dice. “He hablado mucho estos días de nostalgia de Dios, incluso por parte de los que no creen. Existe esa nostalgia. El hombre honesto siente que no tiene todas las respuestas a los interrogantes que le vienen a la cabeza y debe tener la humildad de reconocer que hay algo más”.
Sentir. Otra vez la palabra clave. “Y díganos, monseñor, ¿no le parece que esta ostensión se realiza en un momento particular de la Iglesia?”. Todos contenemos la respiración. Poletto cierra los ojos y, como en trance, responde con estudiada suavidad: “Sí, ciertamente cae en un momento particular, pero, como ya he dicho a algunos de sus colegas, la Iglesia ha sufrido persecuciones y tribulaciones mucho peores que esta en el pasado. Yo digo que frente a este momento debemos permanecer muy serenos. Somos los primeros en condenar, con el Papa al frente, el mal de la Iglesia”.
El periodista que ha hecho la pregunta, de un medio católico, sonríe aliviado. Y cuando voy a preguntarle sobre el valor científico de la tela y si el Vaticano va a autorizar nuevas investigaciones, Poletto se esfuma sin siquiera mirarme. Las horas posteriores a nuestra visita resultarán muy clarificadoras. Expertos como monseñor Giuseppe Ghiberti insistirán a Carmen Porter y a mí en que no se ha restaurado la Síndone, “solo se ha mejorado”. Y, por primera vez, echarán marcha atrás sobre algunos de los hallazgos que más pimienta han arrojado a la literatura sindonológica de los últimos años. En 2004, por ejemplo, dos profesores de la Universidad de Padua que participaron en el “mejoramiento” de la Sábana Santa descubrieron que en el reverso del lienzo, una vez retirada la tela sobre la que se cosió la reliquia en el siglo XVI para darle solidez, había otro rostro de Jesús. Era como si la cara del anverso se hubiera trasparentado. Su hallazgo, como es natural, dio la vuelta al mundo y generó toda clase de críticas. “Pero no hay segunda cara”, nos dice Ghiberti.
“Fue un error de percepción de los científicos”. “¿Y qué nos puede decir de las monedas romanas que el profesor Baima Bollone descubrió sobre los ojos del hombre de la Síndone?”. Ghiberti sonríe beatífico. Intuyo que sabe que la pregunta tiene trampa. Las dos monedas se han cuestionado mucho porque el hecho de que muestren inscripciones típicas de los leptones imperiales de Palestina prueba que ninguna radiación formó la imagen del crucificado. Una radiación procedente del supuesto cuerpo de Jesús habría marcado dos círculos negros sobre la tela, pero nunca dibujaría el diseño del anverso de una moneda sobre ella. “Bueno... –titubea, quizá nos equivocamos con eso y todo fue otro error de percepción”.
“¿Qué valor tiene para usted la contemplación de la Síndone, monseñor?”. “Todos aquí estamos a la búsqueda de un rostro”, dice. “He hablado mucho estos días de nostalgia de Dios, incluso por parte de los que no creen. Existe esa nostalgia. El hombre honesto siente que no tiene todas las respuestas a los interrogantes que le vienen a la cabeza y debe tener la humildad de reconocer que hay algo más”.
Sentir. Otra vez la palabra clave. “Y díganos, monseñor, ¿no le parece que esta ostensión se realiza en un momento particular de la Iglesia?”. Todos contenemos la respiración. Poletto cierra los ojos y, como en trance, responde con estudiada suavidad: “Sí, ciertamente cae en un momento particular, pero, como ya he dicho a algunos de sus colegas, la Iglesia ha sufrido persecuciones y tribulaciones mucho peores que esta en el pasado. Yo digo que frente a este momento debemos permanecer muy serenos. Somos los primeros en condenar, con el Papa al frente, el mal de la Iglesia”.
El periodista que ha hecho la pregunta, de un medio católico, sonríe aliviado. Y cuando voy a preguntarle sobre el valor científico de la tela y si el Vaticano va a autorizar nuevas investigaciones, Poletto se esfuma sin siquiera mirarme. Las horas posteriores a nuestra visita resultarán muy clarificadoras. Expertos como monseñor Giuseppe Ghiberti insistirán a Carmen Porter y a mí en que no se ha restaurado la Síndone, “solo se ha mejorado”. Y, por primera vez, echarán marcha atrás sobre algunos de los hallazgos que más pimienta han arrojado a la literatura sindonológica de los últimos años. En 2004, por ejemplo, dos profesores de la Universidad de Padua que participaron en el “mejoramiento” de la Sábana Santa descubrieron que en el reverso del lienzo, una vez retirada la tela sobre la que se cosió la reliquia en el siglo XVI para darle solidez, había otro rostro de Jesús. Era como si la cara del anverso se hubiera trasparentado. Su hallazgo, como es natural, dio la vuelta al mundo y generó toda clase de críticas. “Pero no hay segunda cara”, nos dice Ghiberti.
“Fue un error de percepción de los científicos”. “¿Y qué nos puede decir de las monedas romanas que el profesor Baima Bollone descubrió sobre los ojos del hombre de la Síndone?”. Ghiberti sonríe beatífico. Intuyo que sabe que la pregunta tiene trampa. Las dos monedas se han cuestionado mucho porque el hecho de que muestren inscripciones típicas de los leptones imperiales de Palestina prueba que ninguna radiación formó la imagen del crucificado. Una radiación procedente del supuesto cuerpo de Jesús habría marcado dos círculos negros sobre la tela, pero nunca dibujaría el diseño del anverso de una moneda sobre ella. “Bueno... –titubea, quizá nos equivocamos con eso y todo fue otro error de percepción”.
Sin hallazgos
¿Cuántos errores más hay en la investigación de la Síndone?, dudamos. ¿Por qué tras diez años no se anuncian nuevos hallazgos ni se incorporan nuevos científicos a su estudio? La Stampa, el periódico de referencia en Turín, pedía esa misma mañana “trasparenza senza eccezioni” al Vaticano en los casos de pederastia que lo devastan. Pero olvidaba pedírsela también para la investigación de la Síndone. Si quieren ganar crédito en la sociedad deben permitir que la ciencia de vanguardia examine la tela y no dejarla solo en manos de sindonólogos. Pero entiendo su prudencia. En el fondo, y al margen de las implicaciones religiosas, también hay mucho en juego para la ciudad. Hasta el Museo Egipcio, que nada tiene que ver con la fe cristiana, ha ampliado sus horarios de apertura durante los 44 días que durará la ostensión. Esperan una tromba de visitantes. Y se cuentan en millones de euros los beneficios que dejarán los peregrinos a su paso por Turín. Sin embargo, al margen de lo pecuniario, es necesario recordar que tanto si la Síndone es un fraude medieval como si se trata del lienzo que envolvió a Cristo, estamos ante un objeto extraordinario. Único.
Capaz de remover conciencias como pocos. Desconcertante. Impagable y potenciador de la experiencia sagrada. De hecho, Iker y yo la experimentamos de nuevo en Turín. Pero al salir de la catedral nos entristeció comprobar que la Santa Sede ha preferido exponer la Síndone a la luz de los flashes en lugar de a la luz de la ciencia. Ojalá rectifiquen y ambas luces se compatibilicen. Y ojalá lo hagan pronto. Mi maltrecha fe en la Iglesia, lo confieso, lo necesita más que nunca.
Capaz de remover conciencias como pocos. Desconcertante. Impagable y potenciador de la experiencia sagrada. De hecho, Iker y yo la experimentamos de nuevo en Turín. Pero al salir de la catedral nos entristeció comprobar que la Santa Sede ha preferido exponer la Síndone a la luz de los flashes en lugar de a la luz de la ciencia. Ojalá rectifiquen y ambas luces se compatibilicen. Y ojalá lo hagan pronto. Mi maltrecha fe en la Iglesia, lo confieso, lo necesita más que nunca.
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