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viernes, 4 de junio de 2010

La leyenda del cacique Caonabo de Republica Dominicana.


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Donde habita el “tiburón”, comedor de hombres. Nada como el “bagua”, se parece tanto a su gente: “arisco, belicoso, turbulento, impredecible” y vengativo.

Cuando sometió la “isla grande”, primero el Este, y luego, los confines de Oeste, puso su asiento en el corazón de la gran cordillera, como para resistirse a la tentaciones nómadas del mar, y casó con “Anacaona”, “flor de oro”, reina de “Jaragua”. Matrimonio político, con el que conquistó también el “Sur” de su reino.

La principal de sus 37 esposas, cuyo embriagante tufo a hembra en celo, desbordaba los pormenores del “caney” sintiéndose a muchos pasos, aun entre los perfumes silvestres de la selva, las aromas del “cují”, “cambrón” o “aroma”.

Para cuando llegaron los “arijuna” a la isla grande, sus guerreros habían conquistado ya casi por completo el archipiélago y se habían establecido en “Quisqueya”, centro geográfico del Caribe insular, donde habían llegado hacia algún tiempo, como ráfagas de coléricos vientos desde el oriente, olas de crueldad y de conquistas, “de salto en salto por las islas”.

Gente de paz



Choque y fusión de culturas “arahuacas”, se habían producido en el “babeque”. Entre la guerra, la victoria y la paz había nacido otra cosa, que sin dejar de ser del todo lo que eran, fueron ya mezclados, una cuestión muy diferente:” Quisqueyanos” por vivir en “quesquea”. Gente de aquí, cuyos abuelos, “guarracoel” habían venido por el mar en tiempos diferentes, “de salto en salto por las islas”.

Los “tainos” llegaron primero en el “cimú, principio”. Gente dulce y de paz, vencida por las armas, aprendieron de sus vencedores el uso de las mismas y los escabrosos caminos de la guerra. Los guerreros vencedores: “Caribes, Ciguayos y Macoríes” se dejaron someter por las delicias de amor y la dulzura.

La “yuca”, la “batata” y el “lerén”, domaron el hambre carnicera de los antropófagos. El “cojoba” lleno su furia de placidos ensueños. El “tabaco” conjuró sus ansias de asesinar. El juego de pelota en el “batey”, sustituyó en parte la batalla de sus desembarcos. La ferocidad de su cultura fue enternecida por la armonía primordial del “areíto”.

Su lengua áspera y litigante se llenó de fonemas suaves amaestrados por la brisa del bosque. Sus dioses sanguinarios pactaron con los graciosos “cemíes”, deidades vegetales de ridículos aspectos.

Su sed de conquista, se pasmó cuando llegaron al “Bohío”. Su patria antes fueron el mar, “bagua” y su “canoa”. Ahora su patria sintetizaba la paz y la grandeza. Hasta que llegaron ellos, e interrumpieron el proceso.

Para “Caonabo”, el Almirante tiene ojos de “matún”, hombre generoso, pero también tiene cara de “sanaco”, “pendejo” en buen “taíno”.

Según su salvaje escala de valores, no se imaginaba al “guamiquina”, dando alaridos terribles en la guerra de asalto.

Con Colon por ejemplo, no se le hubiese ocurrido nunca, hacer el ritual del “Guatiao”, juramento supremo de fraternidad, en que dos personas intercambian sus nombres, como muestra de “amistad, parentesco, liga perpetua y hermandad sincera”.

Prestigio

El rey más temido y respetado de las islas, cuya sola palabra determinaba la guerra o la paz, o quien con tan solo un gesto, mueca o suspiro, decretaba la muerte.

-“Daca Caonabo”, “yo soy el que soy” y nada más. Mi medida soy yo mismo. Mi nombre dice muchas cosas, y está grabado para siempre en la memoria del salitre.

No se puede intercambiar mi nombre, parecía decir con su arrogancia tosca y su orgullo silvestre. De Ojeda pensaba diferente. Si no fuera porque ya se quiere morir, o sea convertirse en “operito”, un muerto, haría con él un “Guatiao” magistral, sin pensarlo dos veces.

-Tú sabes lo que es ese pequeño valiente, venir a los dominios de “Caonabo” para engañarlo y apresarlo. Eso es mucho atreverse para cualquier hombre, de cualquier tamaño.

Recordaba los primeros diez que se atrevieron a venir a sus predios, guiados por la lujuria, y él les sacó las entrañas con sus propias manos.

Después con “Uxmatex”, Cayacoa” y “Mairení” al mando de muchos, atacó su fortaleza, matando los otros 30 que quedaban, incluyendo jefes, brujos y soldados.

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