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lunes, 7 de junio de 2010

EL SANTO NIÑO DE ATOCHA .


Retratada como un pequeño peregrino español, la imagen del niño Jesús, conocido como el Santo Niño de Atocha, usa un largo vestido con una capa que tiene un ancho cuello de encaje y puños con volados. En su capa está la imagen tradicional de un peregrino, una concha de berberecho, y él sostiene una pequeña canasta con su mano izquierda, y una vasija de agua está sostenida por un bastón que tiene en su mano derecha. El pequeño santo niño usa sandalias abrochadas con hebillas –huaraches- de plata, y un sombrero grande y flexible con una pluma. Aunque se lo conoce como un peregrino, generalmente se lo muestra sentado en una pequeña silla.

La tradición devota del Santo Niño de Atocha es un relato rico, tanto en historia como en devoción. Aunque el Santo Niño es el trabajador milagroso, la devoción originalmente fue Mariana. Como es apropiado, antes de que se le pida a un niño hacer algo, la persona que pide debe solicitar en primer lugar permiso a la madre del niño. De este modo, los rezos y las novenas para el Niño de Atocha comienzan con un rezo a María, Nuestra Señora de Atocha.

Según la tradición, la devoción a Nuestra Señora de Atocha y su niño hacedor de milagros se originó en Antioch, y San Lucas el Evangelista fue el escultor de la primera imagen de la madre y el niño. De este modo, es posible que la palabra Atocha provenga de Antiochia. La devoción a Nuestra Señora con ese nombre se extendió rápidamente, y en 1162 hubo una hermosa estatua medieval en la Iglesia de Santa Leocadia en Toledo. En 1523, Carlos V de España pagó un enorme templo y ubicó la estatua bajo el cuidado de los Dominicanos. La imagen del Santo Niño era desmontable, y las familias devotas tomaban prestada la imagen del niño cuando una mujer estaba a punto de dar a luz a su bebé.

La leyenda devota del hacedor de milagros, el pequeño Santo Niño, surgió en España. En Atocha, un suburbio de Madrid, muchos hombres estaban en prisión debido a la fe que profesaban. Como los carceleros no alimentaban a los prisioneros, las familias les traían los alimentos. En una época, el califa emitió una orden que consistía en que nadie excepto niños de doce años o menores podía traer alimentos a los prisioneros. Aquellos que tenían niños jóvenes podían mantener con vida a sus familiares, ¿pero qué les sucedería a los demás? Las mujeres del pueblo suplicaban a Nuestra Señora, pidiéndole que las ayudara a encontrar una forma de alimentar a sus maridos, hijos y hermanos. Al poco tiempo, los niños volvieron a sus hogares con una historia extraña. Un joven niño visitaba y alimentaba a los prisioneros que no tenían niños jóvenes que los alimenten. Ninguno de los niños sabía quién era, pero la pequeña vasija de agua que llevaba nunca estaba vacía, y la canasta siempre estaba llena de pan para alimentar a todos los desafortunados prisioneros que no tenían niños propios que les trajeran alimentos. Llegaba de noche, pasando al lado de los guardias que dormían o sonriendo amablemente a los que estaban despiertos. Aquellos que habían pedido un milagro a la Virgen de Atocha comenzaban a sospechar acerca de la identidad del pequeño niño. Como una manera de confirmarlo, los zapatos de la estatua del niño Jesús estaban gastados. Cuando los reemplazaron por unos nuevos, esos también estaban gastados. Luego de que Fernando e Isabel expulsaron a los moros de España en 1492, la gente continuó invocando la ayuda de Nuestra Señora de Atocha y su Santo Niño.
Cuando los españoles llegaron al Nuevo Mundo, trajeron consigo las devociones de sus tierras nativas. Aquellos que provenían de Madrid naturalmente trajeron su devoción a Nuestra Señora de Atocha. En 1540, se descubrieron minas de plata en México, y los trabajadores españoles de minas emigraron aquí.

En Plateros, una pequeña aldea cercana a las minas de Fresnillo, se construyó una iglesia en honor a Santo Cristo de los Plateros, un crucifijo milagroso, comenzando la construcción a fines de la década de 1690. Se colocó en un altar del costado una hermosa imagen española de Nuestra Señora y su Niño Divino.

En la estatua original de Nuestra Señora de Atocha en el santuario mexicano ella sostenía al Santo Niño con su brazo izquierdo. El niño era desmontable y en una oportunidad la imagen original se perdió. Se talló un reemplazo a medida. El nuevo niño tenía características indígenas. Más parecida a una muñeca que a una escultura, la imagen tenía una peluca de pelo humano y sus manos eran muy grandes y toscas. Los párrocos comenzaron a llevar al Santo Niño a las procesiones en las Navidades, en las fiestas de febrero de Candelaria, en la Purificación de la Virgen, a la iglesia parroquial cercana a Fresnillo. Vestían al Santo Niño con diferentes atuendos para destacar las festividades estacionales del calendario litúrgico.

A fines de la época colonial, la devoción al Santo Niño creció y eclipsó a la devoción a Nuestra Señora de Atocha, y también a la del Señor (Santo Cristo) de los Plateros. En un inventario de 1816, se describe a la pequeña imagen del Santo Cristo usando un vestido púrpura y sosteniendo un pequeño globo de plata y un cetro. Su vestido estaba decorado con varios Milagros plateados y él había obtenido dos retablos en acción de gracias por parte de clientes agradecidos. En 1838, un nuevo inventario mostró que la pequeña imagen había sido trasladada a un nicho en el altar principal. Aún vestido como un niño príncipe, había ganado un rosario y un cinturón y tenía veintinueve conjuntos de ropa y treinta y dos retablos (pinturas en lata o madera dadas como ofrendas ex voto).

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