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sábado, 5 de junio de 2010
CACIQUES DE LA REPUBLICA DE COSTA RICA, GRAN CACIQUE CAMAQUIRI Y NAMBI.
Imagenes para HI5
Camaquiri fue un cacique indígena de Costa Rica, posiblemente de extracción huetar, que habitaba en 1544 en la cuenca del río Suerre, hoy Reventazón, en la vertiente caribeña. Junto con otro cacique de la región, llamado Cocorí, se reunió con Diego Gutiérrez y Toledo, Gobernador de Nuevo Cartago y Costa Rica, quien los recibió amablemente. Sin embargo, el codicioso Gobernador, posiblemente inspirado en el precedente de Atahualpa y Francisco Pizarro, apresó a ambos y para devolver su libertad a Camaquiri le exigió que sus súbditos llenasen de oro un cesto de voluminosas proporciones. Sin embargo, a los pocos días, el cacique logró escapar de la cautividad, aprovechando un descuido de quienes debían custodiarlo.
El Guarco fue cacique mayor de los Huetares de Oriente. Es posible que El Guarco no fuese un nombre personal, sino la denominación de su cargo, y que significase "El Centinela de Co". A la llegada de los españoles al valle que hoy lleva su nombre, en 1563, se estaban realizando sus funerales. Le sucedió en el cacicazgo su hijo Correque, que se bautizó con el nombre de Fernando Correque.
Fernando Correque fue cacique mayor de los Huetares de Oriente. Su nombre original era Correque. Era hijo o pariente cercano de El Guarco, al que sucedió en el cacizcago mayor. Encabezó varios movimientos contra los españoles, pero después abandonó las vecindades de Cartago para establecer su corte en Tucurrique, con muchos otros señores e hijos de señores. Posteriormente dio obediencia a la Corona y se bautizó con el nombre de Fernando Correque. El Gobernador Diego de Artieda Chirino y Uclés le otorgó la encomienda de Tucurrique.
Alonso Correque fue cacique mayor de los Huetares de Occidente a finales del siglo XVI. Era hijo o pariente cercano del cacique mayor de los Huetares de Oriente Fernando Correque, hijo a su vez del cacique mayor El Guarco.
Posiblemente con el propósito de asegurar su fidelidad a la Corona y la sumisión de sus vasallos, el Gobernador Diego de Artieda Chirino y Uclés le adjudicó la importante encomienda de Tucurrique, pueblo donde se habían asentado los principales caudillos y señores de los huetares de oriente. Esta encomienda había sido adjudicada a Pedro de Ribero por el Gobernador interino Alonso Anguiciana de Gamboa, quien carecía de facultades para tal otorgamiento. Sin embargo, en 1590, al resolver sobre una demanda judicial formulada por Ribero, el Gobernador interino y juez de comisión Juan Velásquez Ramiro de Logrosán dispuso despojar de la encomienda a Alonso Correque, sobre la base de que un cristiano nuevo no podía ser encomendero, y la devolvió al accionante. No se tienen noticias de la vida posterior de Alonso Correque.
Antonio Carebe fue un cacique del pueblo indígena de Tariaca, en la región llamada Tierra Adentro, Costa Rica, a principios del siglo XVII. Se sublevó contra la autoridad española en 1615, durante la gobernación de Juan de Mendoza y Medrano. Una fuerza encabezada por el capitán Juan de los Alas marchó a reprimir la insurrección, venció a los indígenas y apresó a Antonio Carebe. Varios indígenas fueron condenados a muerte y otros castigados severamente.
El rico pueblo de Nicoya se preparaba a celebrar en la tarde de aquel día una de sus grandes fiestas tradicionales. La gran plaza que hacía frente al templo del sol lucía su gran majestuosidad.
Dos horas antes de la puesta del sol llegó el cacique Nambí, seguido de gran número de nobles, cortesanos y guerreros. Adelantóse solemnemente el cortejo hacia el templo frente al cual estaban dispuestos numerosos banquillos en que se sentaron Nambí y los suyos, porque en los bailes de aquel día sólo debía tomar parte la gente plebeya. Dividiéndose los hombres en dos filas y colocándose la una frente a la otra, sonaron los atabales y rompieron a bailar y cantar.
Al poco rato aparecieron muchas mujeres trayendo vasijas llenas de chicha de maíz muy fuerte. Otro grupo más pequeño, compuesto de las más hermosas doncellas de Nicoya, se dirigió hacia donde estaban el cacique y los nobles que le acompañaban. Al frente de las demás venía una preciosa muchacha cuyo nombre era Miri.
Todos quedaron embelezados al verla adelantarse al tiempo que Nambí no separaba sus ojos de ella.
Llegó la noche y la embriaguez era general, pronto ya solo quedaba en pie Nambí, que era un gran bebedor, además de corrompido y de malas costumbres por lo que hacia honor a su nombre que en lengua chorotega significa “perro”. Miri se dirigió hacia él y le ofreció su cántaro, Nambí a su vez trató de abrazarla, pero esta lo rechazó con ira, hasta que Nambí sucumbió vencido por la borrachera.
No bien cayó Nambí, Miri hecho de andar apresuradamente hacia la playa, donde se reuniría con Tapaligui hijo del Cacique de Chira, guerrero cuya valentía y extraordinaria fuerza le habían conquistado gran fama entre los pueblos y su nombre era respetado y temido.
Tapaligui reafirmó su amor a Miri y le reveló la intención de atacar Nicoya para raptarla el día de la gran fiesta del sol.
Llegado el gran día, la concurrencia esperaba impaciente la inmolación de la primera víctima. Un prolongado rumor anunció la llegada de Nambí y su corte. Durante la celebración, Nambí no se separaba de Miri que impacientemente esperaba la llegada de Tapaligui y sus guerreros. De pronto, Nambí se abalanzó sobre Miri quien lo rechazó y ridiculizó ante el pueblo. El cacique en un arranque de cólera la condenó a muerte; Miri fue llevada a la piedra de sacrificio donde el sacerdote no tardó en sacrificarla, luego arrancó el corazón y elevándolo sobre su cabeza ofreció al sol. En este momento silbó una flecha y el verdugo cayó al suelo; Tapaligui hizo su aparición y luego de mirar el cuerpo de su amada se abalanzó sobre Nambí, donde tras feroz lucha le dio muerte. Al propio tiempo los guerreros empezaban a combatir, cuando de súbito un trueno rasgó la atmósfera. Allá en el mar, balanceándose suavemente sobre las aguas, estaba un barco; en su popa flameaba el pendón de Castilla y por una de sus bandas humeaba aún la boca de un cañón. Espesos nubarrones cubrieron el cielo y apagaron su brillo.
El culto del sol había muerto. Comenzaba la historia de una nueva etapa.
CACIQUE NAMBI
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