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martes, 25 de mayo de 2010

La Virgen del Lago o de Copacabana,Patrona de Bolivia.






Imagenes para HI5





En la proximidad de uno de los centros de civilización más antiguos de América y donde por siglos enteros recibieron especial culto las falsas deidades de los collas, quiso María Santísima establecer su trono de amor y misericordia, a fin de conquistar para su Divino Hijo a los numerosos indígenas que poblaban las márgenes del lago navegable más alto del mundo



El Santuario de Nuestra Señora de Copacabana, Patrona de Bolivia, se yergue majestuoso a orillas del Lago Titicaca, a unos 3,850 m.s.n.m. y a escasos 8 km. de la línea fronteriza con el Perú. Para confirmar la evangelización ya iniciada en el vasto altiplano, la Divina Providencia inspiró a un indio de sangre real la confección de una imagen de la bienaventurada Virgen María.

Algunos meses después, cuando ya estaba bastante avanzada la imagen, le fue presentada al obispo de la Plata como ejemplo de su arte una pintura en lienzo de Tito Yupanqui, lo que significó un nuevo motivo de aflicción para éste. El prelado llegó a decir que era más a propósito para pintar monas que imágenes de Nuestra Señora. Humillado, acudió a la iglesia para pedirle al Señor acierto en el policromado de la imagen.

La persistencia de un verdadero
hijo de María

Con ella regresó a la ciudad de La Paz y se ofreció como ayudante del maestro Vargas, quien estaba dorando el retablo de la iglesia de San Francisco. Tito Yupanqui le contó su historia y el dorador prometió ayudarle. Resolvieron entre ambos traer la imagen a escondidas al taller. Y mientras trabajaban de día en el retablo, por la noche hurtando horas al sueño se entretenían en dorar la imagen, hasta que quedó terminada.

Como suele suceder, el demonio desencadenó una controversia entre los indios de Copacabana, que se resistían a admitir una imagen que no fuera obra de español. Llegaron hasta proponerle a Tito Yupanqui que vendiera la suya, para lo cual no faltaban interesados. Sin embargo, la Divina Providencia, que escribe derecho sobre líneas torcidas, comenzó a mostrar en ella sus maravillas. Así, cada vez que fray Francisco Navarrete la llevaba a su habitación para rezar, le asombraban unos destellos que salían de la imagen: “No sé, hijos, qué es esto que veo en vuestra imagen —les dijo el siervo de Dios— que me parece que echa rayos de fuego”.

Estas noticias llegaron a oídos de don Gerónimo de Marañón, que a la sazón se encontraba en La Paz. El Corregidor de Omasuyo, al que pertenecía Copacabana, encantado con la imagen ordenó su inmediato traslado al pueblo, para alegría de Tito Yupanqui. En ello colaboró también el Alcalde de los Naturales, don Diego Churatopa, que asignó a diez indios y un huanto (andas), con los que partieron una venturosa mañana hacia el corazón del Lago.



Dos pintorescas escenas de esta maravillosa historia, talladas en 1994 en las puertas del templo: llegada de la imagen en andas al convento franciscano de La Paz; y, cruzando en balsas de totora el estrecho de Tiquina, hace lo propio en Copacabana


El 2 de febrero 1583, en la festividad de la Purificación de María o Candelaria, fue ceremoniosamente entronizada en Copacabana la imagen de la Virgen, y a partir de ese momento comenzaría a derramar sobre los pobladores y peregrinos sus caudalosas gracias, que no han cesado hasta la fecha.

La Virgen atrae a los indios
con la lluvia

Entre los primeros milagros que obró la imagen fray Alonso Ramos nos describe éste. Para atender el culto de la Virgen determinaron los indios Anansayas sembrar una chacra. A esta sementera no acudieron los Urinsayas, que se habían manifestado más reacios a la devoción, alegando la sequedad del tiempo:

“No obstante todo esto los Anansayas, no sé con qué actos de fe se fueron a la parte donde la sementera se había de hacer, y tomando sus tacllas o arados comenzaron a romper la dura tierra, ablandándola con el sudor de sus rostros, que por ellos corría con gran prisa a regar el áspero suelo, y estando el aire muy sereno, apenas hubieron comenzado cuando les cubrió una espesa nube, que defendiéndoles del riguroso calor, con que casi tenían tostadas las entrañas, les regó la tierra tan a medida de su deseo, que dejó envidiosos a los otros indios, pues sólo se dejó caer en el sitio que para la chacra o sementera de la Virgen estaba señalada”.

Más tarde el prodigio se volvió a repetir, durante la sequía que afectó a la comarca en 1587, fecundando la lluvia las tierras de los devotos Anansayas.

«Virgo singularis» Una imagen singular

La Virgen de Copacabana es una talla de madera de maguey. Mide con el pedestal poco más de un metro de altura. El cuerpo de la imagen está totalmente laminado en oro fino, y el policromado asemeja los atuendos propios de una coya (princesa inca). Está siempre revestida con preciosos y coloridos mantos que le ofrecen sus devotos, y sobre la larga peluca de cabello natural ostenta una corona de gran valor, símbolo de su realeza.
Con la mano izquierda la Virgen estrecha a su Hijo de manera muy peculiar, como si estuviera a punto de caerse, y con la derecha sostiene la canastilla de la ofrenda y la vela o candela. En su dulce rostro y en el del Niño se reflejan los rasgos indígenas de los habitantes de la región. Una gran media luna bajo los pies nos recuerda su eterna victoria sobre el demonio y sus secuaces. Entre las ricas alhajas que la adornan, sobresale el bastón de mando que le obsequió el piadoso virrey, venerable D. Pedro Antonio Fernández de Castro, Conde de Lemos, como recuerdo de su visita en 1669.

Gran irradiación por el Nuevo
y Viejo Continente

Muchas otras imágenes esculpió y pintó aún Francisco Tito Yupanqui, este indio noble y predilecto de María, tales como la renombrada Virgen de Cocharcas, venerada en nuestra sierra central (ver «Tesoros de la Fe», nº 9, Setiembre de 2002). Dedicó el resto de su vida a servir y glorificar a tan gran Señora, muriendo piadosamente a sus pies hacia el año de 1608 siendo hermano lego agustino.

Copacabana alcanzó gran fama en la época virreinal que traspasó montañas y mares. Se erigieron templos de esta advocación en Lima, Potosí, Río de Janeiro, Quito, Panamá, Madrid y Roma. Varios poetas cantaron sus glorias, entre los que se destaca Calderón de la Barca en su famoso auto sacramental «La Aurora en Copacabana».

Una devoción cuatricentenaria

El día 5 de abril de 1805, en la fiesta de los Siete Dolores de la Virgen, el obispo de La Paz, Remigio de la Santa y Ortega, consagró la actual iglesia y el altar mayor en honor de la Virgen María, bajo el título de Purificación.





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